martes, 16 de diciembre de 2008

Los blogs entran por los ojos (como la comida)

El Corte Inglés es un magnífico sitio para pasar las horas de cuando en cuando. Sobre todo por ese microclima existente en el que en invierno hace calorcillo y en verano hay una agradable brisa marina. Es un sitio grande, para perderse perfectamente, hay mucha gente de traje, algunos usuarios te pueden confundir con un trabajador del lugar aunque vayas con unos vaqueros y una sudadera de Helloween (verídico, y varias veces además), y cuando la división se realiza por edificios, pues hay algunos en los que es imposible pasárselo mal. Como en la Fnac, vamos, y comprando lo mismo: poco, que es cosa del dinero y la crisis permanente.

Pero hay algo que diferencia al Corte Inglés de Fnac y otros comercios parecidos, y es la cafetería. Esa cafetería que se suele localizar en el piso más elevado, cerca del baño, para que si existe alguna urgencia en tu organismo, no pienses en ese lugar para ir, pues ahí se va a comprar, leches.


El caso es que esa cafetería es uno de esos maravillosos lugares... a los que no se suele ir. Y no se suele ir por la misma razón por la que se compran pocas cosas. Pero para ocasiones especiales, pues se puede hacer una excepción. Gente de más avanzada edad y mayores ingresos (de hecho, ingresos de algún tipo) pues pueden permitirse el lujo de desayunar lo que allí te sirven, que hasta te dan carta y te lo llevan a la mesa, y encima tienes que esperar a que te digan algo como “Siéntate ahí, que está libre, y ahora vamos”, mientras otros a lo más que llegamos es a acompañar una hamburguesa bastante reducida de tamaño para lo que se apreciaba en el dibujo, con un helado lleno de lacasitos, y que de la misma manera, no se corresponde con la imagen promocional, y tienes la nata y el chocolate muy mezclados y unos lacasitos, aparte de rotos, muy manchados por el helado... se supone que se mezclaba todo en la boca, no enfrente de los ojos...

La cosa es que, sobre la amplia gama de productos que uno puede elegir, tanto en cafeterías de Corte Inglés, como otros bares bonitos, existe un producto que destaca, por versatilidad (apto para desayuno, segundo desayuno, almuerzo, comida, merienda, cena, e incluso hora del té), su composición perfecta, nombre variado, sabrosidad sin precedentes, así como por la falta de manual de instrucciones: es el sándwich mixto de jamón york y queso... con huevo. Un producto sensacional y complejo a partes iguales.

Uno no puede resistirse a ese manjar, por supuesto, y suele caer en la tentación, sobre todo cuando es joven y necesita calorías y grasa y cosas ricas en su organismo. Y más aún si lleva patatas gratis (gratis cuando piensas que solo has pagado por el sándwich). El caso es que uno espera a que se lo preparen, y cuando se lo traen observa lo siguiente: un plato; un montón de patatas que tan bien acompañan un filete empanado, un chuletón, cualquier parte de un pollo o, en este caso, un sándwich; cubiertos; y lo más importante y parte central del plato, un sándwich, ni partido ni nada, en cuyo interior se puede apreciar el jamón de york y el queso fundido, y en cuyo centro de la superficie se puede apreciar un circular agujero que deja ver el núcleo: una yema de huevo perfectamente creada, y cuya clara queda oculta bajo el pan, con el resto de ingredientes, que en el caso de la cafetería corteinglesa, es, aparte del jamón y el queso, un filete de pollo y una opcional y poco recomendable ensalada. El segmento de pan extraído para dejar ver la yema a punto de explotar en un mar de naranja y sabroso líquido, se encuentra también en el plato, colocado al lado del sándwich, o encima, depende del lugar. Y uno piensa: ¿y cómo me como yo esto para aprovechar al 100% el contenido? He ahí la cuestión, pregunta que, desde que Thomas Edison los inventara en su momento, poca gente ha podido responder eficazmente. Y aquellos que lo consiguieron, posiblemente estén muertos y no hayan dejado huellas de su logro.

La cosa es que uno no puede, y desde el principio lo sabe, tomar eso sin utilizar cubiertos. Está claro por qué, y es por una simple razón: como intentes agarrarlo, la yema del huevo, como si de alguno de esos juegos en los que algo explota o salta por los aires y al que pierda le toca hacer trabajos forzados se tratase, se esparcirá por todas partes y, además de mancharte, lo más rico y por lo que se ha pagado más dinero, no será consumido en demasía, y su rico sabor se extinguirá. Así que, como aristócratas, se comerá uno un sándwich con cuchillo y tenedor.

Ahora, está lo difícil: ¿cómo es la forma correcta de hacerlo, aprovechando al máximo todos los ingredientes, produciendo el menor derramamiento sobre el plato? Yo no lo sé a ciencia cierta, no tengo la verdad absoluta, pero aquí van unos consejos que pueden ser útiles:

-Practica con muchos sándwiches y productos montados para que, al cortar, no acabe cada cosa por un lado. -Jamás acerques el cuchillo demasiado a la yema de huevo. Podría tener resultados fatídicos. -Las patatas son un complemento. Pincha a la vez que un trozo de sándwich unas cuantas patatas. Verás qué buenas. -El trozo de pan sobrante lo han dejado por algo. Mójalo alguna vez, con cuidado, en la yema. Verás qué incomparable sabor. -Lo que tienes planeado para ese sándwich no es una simple muerte, es toda una vendetta. No acabarás con él rápidamente. Te tomarás tu tiempo, lo torturarás, y al final, cuando esté totalmente mutilado, le quitarás la vida. Por ello, vete destruyéndolo de fuera hacia dentro, y que lo último que quede se un pequeño trozo de pan con un núcleo de huevo. -Si, en algún momento, la yema eclosiona de forma antinatural y su jugoso contenido empieza a salirse, procura, con velocidad, inclinar el sándwich en dirección contraria hacia donde estás tú. Hay algo en la naturaleza que provoca que, por naturaleza, la yema de huevo vaya directa hacia uno, en vez de esparcirse de igual forma por todos lados.

Mucho más no puedo decir. Los miles de secretos que entrañan estas grandiosas creaciones sólo pueden ser descubiertos por uno, pues siempre habrá más, como anacronismos y pifias con bombonas en “Gladiator” o errores de continuidad (aparte del propio error que fue decidir hacerla) en “Pretty Woman”. La conclusión es: hay que saber comer. Es decir, el colesterol es lo mejor que existe, pero hay que tomarlo de una forma adecuada y matemática.







Y es así como se presenta servidor, de nombre Eric, pero llamado Erizo o de otras diversas formas, e incluso Trébol, persona humanoide que se encuentra matriculado en Comunicación Audiovisual, y cuya mente anda ocupada por la absurdez, las películas (y cuando digo películas, digo subproductos), los cómics, la literatura en su mayor parte fantástica o de ciencia ficción, los videojuegos, la cerveza y la absurdez de nuevo. Que empecé alejado de internec y he acabado teniendo de todo. Y nada más.