viernes, 6 de marzo de 2009

Shocker - 100.000 voltios de tripis

Sinopsis (de FilmAffinity): Cuando el despiadado asesino en masa Horace Pinker es electrocutado por sus horribles crímenes, un pacto con el diablo le transforma en algo incluso más aterrador, un demonio sobrecargado capaz de poseer el cuerpo y la mente de los demás... y está decidido a seguir con su escalada de violencia.



Cuando Wes Craven ya tenía cierta fama, gracias sobre todo a Freddy Krueger, y los 80 estaban por acabar, realizó... esto. Desde luego, un producto ochentero de esos de terror, por ubicarlo en algún género, pero en su modo más catastrófico, es decir, sin gore ni sustos. Y sobre todo, sin saber hasta qué punto la cosa está de coña y cuánto de serio se supone que tiene para el realizador. Pero desde luego, el espectador no puede sino pensar que es todo una broma pensada en momentos drogaínicos.



Un chaval que por extrañas razones tiene una especie de poderes astrales de premonición de los asesinatos de un tío cuyo modus operandi es destrozar puertas y cargarse a todo quisqui, y que hasta ese momento ni le habían conseguido ver la cara, váyase usted a saber por qué, qué poli más inútil. Y con la ayuda por decirlo de algún modo de los cuerpos de seguridad, el chico consigue hacer que le atrapen. Y se lo van a cargar en la silla eléctrica, pero el asesino este, que no se sabe por qué tiene en su celda unos cables que se engancha a su cuerpo para electrocutarse y hace magia, se acaba convirtiendo en energía que va poseyendo cuerpos y todo lo que quiera para seguir con su ola de crímenes. Y sólo el chaval puede acabar con él...

Delirante, ¿no? Pues esto no es nada. Simplemente el presenciar la escena de la silla eléctrica como la entrada a todo un show, con un guardia en la puerta de lo que parece va a ser un gran concierto, y con la música hard rockera a tope, aparte de un travelling con gentes preparando la silla... tremendo.



Y esto del hard rock en las escenas no es una situación única. De principio a fin, Bonfire, Iggy Pop, Megadeth versionando a Alice Cooper, etcétera, van acompañando las escenas. Toda una ochenterada, y por qué no decirlo, una absoluta horterada, más aún si alguno de estos minutos musicales se producen en mitad de una persecución que supongo debería ser tensa. Pero bueno, dentro del absurdo que es la peli, esto hasta se agradece y le aporta un toque divertido.


De diálogos lo mejor es no hablar, viendo lo que sucede en la escena del entrenamiento/partido/loquesea de rugby y lo que sigue, ya se hace uno una idea de a qué tipo de innombrable le encargaron el trabajo... un momento... ¿que es Wes Craven? Ahora ya se entiende la peli esa de los hombres-lobo con la Ricci.

Un cúmulo de escenas, a cual más esperpéntica (fantasmas que lanzan rayos por el pecho, peleas de casi-artes-marciales-de-todo-a-100, posesiones de todo tipo de personajes, Ted Raimi haciendo de panoli (o sea, de Ted Raimi), disparos de los que jamás aciertan, un collar con el poder del amor (sí, sí), peleas-zapping*...) montadas de la forma más coherente que se podía, y saliendo una cosa desencaja-mandíbulas. Es imposible asimilar tanta chorrada junta, y es raro que yo diga esto, pero es que es soltar un «¿¿QUÉ??» tras otro durante casi hora y media.


En fin, un subproducto que con tanto delirio podría haber dado más de sí, pero le falta un mínimo de sentido asimilable por el ser humano, y sobre todo, más sangre y más cachondeo, que el que hay no se sabe muy bien de qué palo va.



*SPOILER: Me refiero a la más grandiosa escena de esta peli: protagonista y antagonista dándose de leches por distintos programas de TV... ¡¡hasta en un concierto de Alice Cooper!! Brutal.


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